Por Ricardo Flores Sarmiento
José
Watanabe murió hace 10 años, pero su obra late. Sus poemas
siguen vivos, sus guiones —aún sin estudiar— palpitan en algunas de las
películas más importantes del cine peruano, y sus cuentos para niños continúan
leyéndose. Su vida física se apagó hace una década, sin
embargo, su obra vive y late más fuerte.
“Además
de ser un gran poeta fue guionista de cine, productor de televisión, y llegó a
ser gerente del Canal 7. Todo lo que se proponía hacer, lo hacía bien.
Eso es innegable”, apunta Lorenzo Osores, amigo de
Watanabe.
Muchos
años antes de entrelazar su poesía con otras artes y sellar su nombre en las
letras peruanas, José Watanabe fue un niño dotado con una
imaginación vasta y una mirada aguda, que se consagraría en su
obra poética. Su don especial para la observación se fue tejiendo en sus
primeros años al contemplar las cenizas de la caña de azúcar y ver en estas
formas de objetos y animales. “Él tenía un ojo distinto. Era muy contemplativo”,
relata Teresa Watanabe, hermana del escritor.
Nació el 17 marzo de 1945, en el
distrito de Laredo, en Trujillo. Fue el sétimo de once hermanos y
producto de la suma dos mundos. Su padre, el ciudadano japonés Harumi Watanabe,
llegó al Perú en 1919, y su madre Paula Varas era originaria de la costa norte
de nuestro país.
Vivió
los primeros años de su vida en Laredo rodeado por el campo. “Un espacio con
poca zona urbana y mucha área agrícola. Para un niño era casi un lugar ideal”,
recuerda su hermana. En este ambiente, Harumi Watanabe, pintor de profesión,
alguna vez le leyó haikus, un tipo de poesía japonesa a la que se aficionó
desde su país natal. José tendría más tarde también un interés especial por
estos poemas tan profundos como breves.
POESÍA Y ARTE
A los 15 años
su vida cambiaría para siempre. Cuatro años después de mudarse a Trujillo,
luego que su padre ganó la Lotería de Lima y Callao, murió Harumi y, apenas un
mes después, fallecería su primera enamorada. El golpe anímico fue demasiado
para un adolescente romántico. “Fue la primera vez que necesité escribir”, le
contó Watanabe a José Li Ning.
Tras
estos acontecimientos, el poeta inició, en 1963, sus estudios en la Escuela
de Bellas Artes en Trujillo. En ese ambiente artístico, José
Watanabe compartiría sus primeros versos con amigos y, en 1965, se presentó al
mítico concurso de Poeta Joven del Perú, donde
obtendría una mención honrosa con el poemario Arquitectura de la sombra en la hierba —que
nunca fue publicado—. Este lugar lo compartió junto a tres poetas, uno de ellos Juan
Ojeda. En esa edición Luis Hernández Camarero obtuvo
el segundo lugar y el primer puesto fue compartido por Manuel
Ibáñez Rosazza y Winston Orrillo.
José
Watanabe dejó la pintura presionado por su familia y viajó a Lima, donde
estudió dos años de Arquitectura en la Universidad Federico Villarreal. Es en
la capital donde comienza a involucrarse con el mundillo literario, pero su
carta de presentación sería como cuentista y no como poeta. Su
relato El
Trapiche fue publicado en el número 1 de la revista Narración
(1966).
“Apenas
tenía veinte años y su prosa era directa, hermosa y profunda. Los diálogos eran
ágiles y la estructura general de buena factura”, recordaba el escritor Oswaldo
Reynoso en el artículo José Watanabe, el joven narrador. La
nota que acompañaba el relato indicaba que iba a formar parte de un libro de
cuentos que nunca vio la luz.
Luego de su
breve paso por la narración, su nombre adquiriría mayor relevancia al
ganar el premio Poeta Joven del Perú en 1970, por su
poemario Álbum
de familia, donde compartió el primer lugar con Antonio
Cillóniz. Su amigo Lorenzo Osores recuerda que Watanabe
no quería participar en el concurso porque la posibilidad de quedar como una
mención honrosa, era deshonroso para él. “No es tan cierta esa imagen de
humilde con que algunos ingenuos lo han cubierto. Él no
era tan humilde, él quería ganar. Entonces, yo lo convencí. Le
dije: ‘sí vas a ganar’ y lo ganó”, reveló.
Al año siguiente del premio se
publicó Álbum
de familia, donde plasma el encuentro cultural entre el origen andino
de su madre y el mundo japonés de su padre. Sería, además, su
partida nacimiento en la llamada generación del 70, donde Watanabe muestra
grandes diferencias en su poesía con relación a sus contemporáneos al no
abordar temas políticos, pese la efervescencia de la época a la que sumaron
grupos como Hora Zero y Estación Reunida.
“Watanabe realiza una
experimentación con el haiku, una poesía coloquial mesurada que evita el lugar
común”, explica el catedrático e investigador Camilo Fernández. “En esa
generación la mejor poesía la escribieron los insulares, es decir, la poesía de
Watanabe destaca por encima de todas y es seguida por la de Enrique Verástegui, quien dentro de
Hora Zero era el que menos expresaba en su poesía los postulados de ese
movimiento”, aprecia Marco Martos.
INICIO EN EL MUNDO INFANTIL
Un nuevo mundo se abrió para un autodidacta José
Watanabe cuando, en 1973, ingresó al Instituto de Teleducación (INTE)
del Ministerio de Educación. Quien lo convocó fue el poeta Pablo
Guevara. Ahí se inició como guionista y director de la serie televisiva
infantil La casa de cartón, donde trabajó estrechamente con Carlos
Tovar.
Este dibujante, conocido como Carlín, recordó la
destreza de Watanabe para crear los personajes de las series, en especial,
la del segmento llamado El elefante y la cigarra, donde el
poeta creó al elefante usando su mano como el cuerpo del paquidermo y su dedo
funcionaba como trompa, mientras que fabricó a la cigarra con un gancho de
ropa. “Él era un artista”, apunta Carlín.
Esta experiencia televisiva duraría hasta 1974, año en
que viajó a Alemania para presentar en un evento internacional La casa
de cartón. Tras su regreso al Perú volvió a trabajar con Carlos
Tovar. Esta vez en la historieta Cabriola La Cabra, donde
escribía el guion y Carlín hacía los dibujos. Esta era publicada en la
revista Collera. “Hay un gran aporte de Watanabe en mis dibujos en
la historieta”, apunta el ilustrador.
Con El futuro diferente, la dupla
Watanabe-Carlín continuaría explorando el humor a través la historieta. Su
personaje principal era el investigador privado Lucas Pen, quien
resolvía casos políticos como el secuestro del dentista del ‘Presidente Mario
Vargas Llosa’ o salvaba de un atentado al alcalde del pueblo de San Miguel,
Alfonso Barrantes. La imaginación de Watanabe quedó plasmada en la
revista El idiota ilustrado.
GUIONES Y CINE
Eran los primeros años de los ochenta y José
Watanabe recibió una oferta que le abriría otro mundo. Alberto
Durant le ofreció hacer juntos el guion de su primera película, Ojos
de perro (1981), donde el escritor tuvo a su cargo la
dirección artística.
“Si bien él tenía experiencia en guiones de
televisión, eran guiones educativos, no era una ficción pura. Pero como poeta
tenía una facilidad para crear mundos imaginarios por lo que fue muy
interesante ver el proceso en que se convirtió en guionista”, recuerda Durant,
con quien trabajaría años después en la dirección artística de la cinta Malabrigo (1986).
Su trabajo como guionista seguía en ascenso, cuando
incursionó en la adaptación de la novela No una, sino muchas muertes (1958)
de Enrique Congrains, junto a Edgardo Russo. El guion de la
película Maruja en el infierno (1983) fue
su primer trabajo con el cineasta Francisco Lombardi y su
segunda cinta como director artístico.
Un hito importante ocurriría en 1985 con la adaptación
cinematográfica de la novela La ciudad y los perros, de Mario
Vargas Llosa. Watanabe pudo sortear el desafío y no solo eso: logró que una
película estuviera a la altura del libro que le dio origen. El guion lo trabajó
junto a Lombardi, quien dirigió la cinta.
José
Watanabe el primero de la izquierda al lado del actor Gustavo Bueno, el
director Francisco Lombardi, el escritor Mario Vargas Llosa y la actriz Liliana
Navarro. (Foto: Arkivperu)
CÁNCER
Su prolífica producción en cine se detuvo cuando
le detectaron cáncer de pulmón. En los años previos a esta enfermedad se
podía ver al poeta tomando un cigarrillo, partiéndolo en tres partes y fumándolo
sin filtro. De este vicio también derivaría su característica voz grave.
En 1986 viajó a Alemania, donde recibió tratamiento y
se curó de su primer cáncer. Esta experiencia cercana a la muerte cambiaría
todo en su vida sumiéndolo en una profunda depresión y un aislamiento, pero
no lo alejó de la poesía. Nunca dejó de escribir.
En aquellos años de silencio poético, Jorge
Eslava dirigía la editorial Colmillo Blanco. El escritor se le acercó
a José Watanabe un día que fue a recoger a sus hijas del colegio donde
trabajaba y le propuso publicar un libro suyo. El poeta, quien era de modales
muy amables, lo invitó su casa donde acordaron la publicación de El huso
de la palabra (1989).
Con este libro, Watanabe rompió un silencio de
18 años y volvió a situar su nombre en lo alto del ambiente literario,
recibiendo elogios, reconocimientos, además, de ser elegido como el mejor
poemario de la década de los ochenta en una encuesta organizada por la revista
Debate.
“El huso de la palabra es la cumbre de
José Watanabe. Marca un antes y un después en el ámbito de su poesía,
particularmente por el empleo del verso coloquial, el uso del haiku”, califica
el investigador en poesía, Camilo Fernández. “Con El huso
de la palabra adquiere potencia y una dimensión que no alcazaba el
primer libro, luego porque vuelve a situar su nombre entre los más importante
de su generación, tal vez el más importante de su generación”, destaca Jorge
Eslava.
El poeta regresaría al cine para trabajar el guion de
la cinta Alias ‘La Gringa’ (1990), junto al
director Alberto Durant y José María Salcedo. La
película fue un éxito rotundo, pese a las dudas que tuvo en un primer momento
Watanabe en la inclusión de Germán González como protagonista
de la cinta.
En Alias ‘La Gringa’, el poeta
mostraría sus habilidades como director artístico, sus dotes para hacer
escenografías, crear atmósferas y desarrollar el espacio donde se mueven los
personajes. Ocho años después volvería a trabajar con ‘Chicho’ Durant en la
dirección artística en la cinta Coraje, la última película
en la que participó.
Antes de este trabajo, se encargaría del guion y la
dirección artística de Reportaje a la muerte (1992),
dirigida por Danny Gavidia y del libreto de la cinta Anda corre
vuelta(1993), de Augusto Tamayo.
TELEVISIÓN
El poeta estuvo muy ligado a la televisión a lo largo
de su vida. Luego de la experiencia en La
casa de cartón regresó a la pantalla chica, a inicios de los 90, como
gerente de Televisión Nacional del Perú. Estuvo en este cargo en
dos periodos. Primero en 1992 y luego en 2001. Durante su gestión, José
Watanabe, un hombre que no podía tener las manos quietas, ideó el
programa Hecho a mano, donde se resaltaba la labor de los
artesanos.
Su experiencia televisiva no lo apartó de la labor
creativa. Trabajó en el guion de la telenovela Canela(1995) junto
a Rocío Silva Santisteban y Rosa Málaga. Precedida
por la exitosa novela Gorrión, no logró captar la audiencia
esperada. A pesar de mostrar los paisajes bellos de Arequipa, sus giros
inesperados la volvieron difícil de entender.
Pero la revancha vendría poco tiempo después. Watanabe sacó lustre a su experiencia como guionista
en la serie Hombres de bronce (1998-Panamericana Televisión), que
mostraba a personajes relevantes de nuestra historia a través de
dramatizaciones de corte documental. El poeta trabajó en los guiones de Julio
César Tello, Ricardo Palma, Daniel Alcides Carrión, entre otros.
RECAÍDA
En
los años noventa, José Watanabe volvió a sentir la muerte de cerca.
En 1993 falleció su madre, Paula Varas. Un año más tarde, el cáncer regresó y
le afectó el otro pulmón. Realizó su recuperación en el Instituto
de Enfermedades Neoplásicas. El retorno
del cáncer coincidió con la publicación de su poemario Historia
natural(1994).
“Lo que quería hacer con Historia Natural es una
filosofía muy simple pero muy válida, que aprendí de niño: La vida es física,
no es intelectual”, explica Watanabe sobre su libro en la revista Caretas.
Luego del segundo cáncer sintió que
le quedaba poco tiempo e inició un periodo muy prolífico en todas sus facetas, pero
siempre apoyándose en la poesía. “Con la enfermedad comenzó a escribir más. Era
consciente que no tenía toda la vida por delante”, indicó Teresa Watanabe. Este nuevo golpe se ve reflejado en
su poemario Cosas del cuerpo
(1999), que es
considerado uno de sus libros más destacados, por la calidad de sus versos que
se pueden ver reflejados en “El Lenguado”, “El ojo”, “El guardián del hielo”.
“En este libro lo físico es lo que importa. De alguna manera, planteo que el
cuerpo es nuestra única patria, la única posesión real que tenemos”, refirió
Watanabe en la revista Caretas.
MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA
La
poesía de Watanabe cruzó la frontera rápidamente, y el primer destino, lejos de
ser Sudamérica, fue Inglaterra con una antología de 44 de sus poemas en Path
Through the Canefields (1997) seleccionada por Dave Tipton y
C.A.de Lomellini, quienes destacaron el uso del lenguaje cotidiano en su
poesía.
La encargada
de llevar a José Watanabe a recorrer Latinoamérica fue Piedad
Bonett, con quien tuvo una amistad. La antología El
guardián del hielo (2000) realizada por esta poeta
colombiana recibió, dos años después de su publicación, el Premio
José Lezama Lima otorgado por la Casa de las Américas en
Cuba. “Las profundas y diversas raíces de su autor se entretejen en torno al
mito familiar, así como para traducir en palabras sus emociones”, destacó el
jurado.
En
el 2005, cuando Watanabe estaba consolidando su presencia en el continente se
publicó en Venezuela la antología Lo que queda, trabajada por Micaela
Chirif.
Eduardo Chirinos llevó
la poesía de Watanabe a España con la antología Elogio del refrenamiento (2003).
Poco antes de la muerte del poeta, también en el país ibérico, se publicó Tu
nombre viene lento (2006), su última antología, la cual reunía
los poemas sobre su madre.
TEATRO Y MÚSICA
Al
final de los años 90 recibió una propuesta del grupo Yuyachkani para
incursionar en el guion teatral. Fue así que realizó una memorable versión
libre de Antígona de Sófocles, interpretada por Teresa
Ralli y dirigida por Miguel Rubio. El drama
griego del pasado parecía reflejarse en el presente del país: la violencia extrema,
las desapariciones eran aun prácticas constantes. Lo curioso es que Ralli había
pensado en Blanca Varela para la adaptación, pero fue ella quien recomendó a
Watanabe.
La obra se presentó en febrero del
2000, donde se pudo apreciar el aporte de Watanabe en el guion con
su vena poética, sus versos, que se fusionan con su mirada de la Antígona de
Sófocles. Esta mezcla logró que se mantengan frases del escritor griego y
versos salidos del propio mundo del poeta como: “No hay peor tortura que la
propia imaginación y Antígona no cesa en mi mente”.
El
teatro lo impactó en su vida y tenía planeado trabajar más obras
griegas como Medea, Lisístrata y Electra, sin
embargo, la vida lo llevaría por otros caminos.
Watanabe era un amante del arte en
toda su dimensión. Era un lector de gustos tan diversos como
Yasunari Kawabata, Matsuo Bashō, Ezra Poud o T.S. Elliot, además, de un
gran conocedor de la ilustración y un amante de la pintura.
Pero, sobre todo, era un conversar único. “A él le interesaba desarrollar
varias facetas porque era un hombre culto, por momentos hasta erudito”,
recuerda Eslava.
Sus conocimientos llegaban hasta la
música y ahí el rock lo esperaba. Luego de mostrarse en desacuerdo de
que sus poemas sean musicalizados acordó con Rafo Ráez hacer un disco con
canciones compuestas por él. El álbum Pez de Fango vio
la luz en el 2005 con 13 temas escritos por el poeta, quien tras la publicación
del disco negó más de una vez sentirse un rockero y se autodenominó: “letrista
de rock”.
LITERATURA INFANTIL
En la década de los ochenta publicó
una serie de sus cuentos infantiles en los libros de lectura de la
editorial Santillana entre los que destacan: El ciempiés que demoraba (1987), El
señor que paseaba con un pingüino (1986) o Pobrecito
cocodrilo (1983). Estos relatos nunca pudieron ser compilados
ante la negativa del poeta. “No son cuentos, son chistes populares”, le decía
Watanabe a Jorge Eslava cada vez que le ofrecía reunirlos y publicarlos.
Muchos
años después de su trabajo con Santillana, escribió una serie de 11 libros infantiles,
que fueron publicados incluso después de su muerte. “Prácticamente todos sus
cuentos los hizo en un año, que fue su último año de vida”, reveló Micaela
Chirif.
Watanabe
trabajó estos cuentos con las técnicas de cine, haciendo encuadres panorámicos
de las imágenes. En esta línea de relatos destaca la serie de Andrés
Nuez, donde el poeta con su habilidad manual diseñó los personajes
de estos cuentos. El escritor pensaba trabajar una obra más amplia,
dirigida a la enseñanza de la función numérica, los colores, el abecedario.
LA POESÍA, SU VIDA
“La
poesía ha sido toda la vida su acompañante, al final si él ha logrado vivir más
tiempo es por la poesía. Era su vida, su bastón, su todo”, recuerda Teresa
Watanabe. Y en los últimos años de su vida no fue la excepción.
En el 2002,
publicó el poemario Habitó entre nosotros, que
destaca entre su poesía por tener una temática distinta donde muestra su visión
de Jesucristo. “El libro empezó viendo cuadros bíblicos que tenían que ver con
la vida de Cristo”, reveló José Watanabe al periodista Diego
Alonso Sánchez.
La
siguiente obra en aparecer sería La piedra alada (2005),
que tuvo una gran acogida en España, incluso fue un éxito en ventas. En él,
Watanabe afina su mirada a la naturaleza y a los pequeños detalles que cobran
vida como en el poema que le da el nombre al libro.
Un año más tarde publicó su último poemario: Banderas
detrás de la niebla (2006), que
muestra una mixtura de temas como el amor, la muerte, la naturaleza, siempre
con su mirada acuciosa, donde destacados poemas como “Responso ante el cadáver
de mi madre”, “Flores”, “Banderas detrás de la niebla” y la sección El
otro Asterión.
LA VIDA LE QUEDÓ CORTA
José Watanabe dormía de día y vivía
de noche explotando su creatividad. Sin proponérselo abarcó nuevas
facetas más allá de la poesía y coleccionó títulos sin estudiar. Era una
persona múltiple, que al igual que en su obra podía estar callado mucho rato y de pronto
hablar sin que nadie lo pueda detener. Es ahí, en la plenitud
de su carrera, en la etapa más prolífica de su vida, que le
detectaron un tercer cáncer, esta vez al esófago. “Quería
escribir más teatro y desarrollar toda la línea para niños. Se le quedaron
muchas cosas”, confiesa Teresa.
La
vida se le fue derritiendo entre las manos sin poder hacer nada, la noche del
25 de abril del 2007, en el hospital Neoplásicas, murió José Watanabe. Wata,
Pepe, ‘Chino’. El hombre de la palabra justa, el poeta de
gustos finos y variados, de lecturas diversas, de mirada
acuciosa, el burlón, el gracioso, el ambidextro de nacimiento, el
perfeccionista incasable, el conversador innato, el artista en todas sus
facetas.
“El
tiempo va haciendo una selección rigurosa de poetas o artistas en el Perú del
año 70 a comienzos del tercer milenio y sin duda que José Watanabe queda como una
figura muy notable”, sentencia Marco Martos.


















Recordar que estudio en la Universidad Nacional de Trujillo-UNT. También fundo el "Instituto de Yoga de Trujillo" con los Ings. Andrés Tinoco Rondán y Alejandro Bravo Charcap en 1968.
ResponderEliminarRecordar que estudio en la Universidad Nacional de Trujillo-UNT. También fundo el "Instituto de Yoga de Trujillo" con los Ings. Andrés Tinoco Rondán y Alejandro Bravo Charcap en 1968.
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